La calle era amplia y al parecer la habían limpiado hacía poco y lucía bonita y con un sol esplendoroso. Le pareció una belleza en la que caminar por ella era un puro disfrute.
Ya quedaba poco por llegar al número que buscaba.
Llamó su atención un rótulo rojo y luminoso... era un bingo.
Siempre quiso ir a uno, pero Manolo no era muy dado a ese tipo de distracciones y se quedó con las ganas.
Siguió caminando y a la par echando el ojo a los escaparates y pensó que vendría por allí a menudo. Allí encontraría desde zapatos y bolsos, prendas de vestir, lencería y un sinfín de cosas para el hogar.
Se paró en el número 332 y entró. A una enfermera con la que se cruzó le preguntó dónde estaba ginecología.
La enfermera muy atenta le indicó que bajase por las escaleras mecánicas al sótano y en la ventanilla entregase el volante.
Y así lo hizo.
Se sentó en una especie de banco de respaldo corto y pensando que tardarían en llamarla. Se dedicó a hurgar en el bolso e inspeccionar cuanto dinero llevaba encima. Ya bailaba en su mente el gusanillo binguero.
Y sumida en sus pensamientos no escuchó cuando otra enfermera la llamó por su nombre.
-Clara S...
No contestó.
La enfermera la llamó nuevamente.
-Clara S...
Y ahora si se levantó.
-Lo siento, estaba distraída.
La enfermera la miró y sonrió sin ganas. No le caían nada bien este tipo de mujeres, presumidas y despistadas.
A los pocos segundos ya estaba dentro de la consulta y cerró la puerta.
La ginecóloga levantó la vista por encima de sus gafas y le pidió que tomara asiento.
Autora Verónica O.M.
Continuará