Clara cerró la puerta.
Intuía que aquella vecina hablaría mal de ella.
Y no se equivocaba.
La mujer sin perder el tiempo llamó al timbre de otra vecina tan cotilla como ella.
La otra abrió enseguida...
-Qué me vienes a contar - dijo. Sus ojillos maliciosos se alegraron porque sabía que la otra le traía noticias frescas.
-Me he tropezado con la del segundo, ya sabes... la nueva y no veas que pintas de dejada. Me huelo que a esta le ha pasado algo bien gordo.
La otra escuchaba y sus ojillos de tenerlos tan fijos y sin apenas parpadear le escocían a rabiar. Cuando cerrase la puerta se echaría unas gotitas de lágrimas artificiales.
Se echaron unas risas y se despidieron hasta las cinco de la tarde.
Irían a tomar un café y a seguir dándole a la lengua de ella o de cualquier otra.
Verónica O.M.
Continuará